Tal vez la línea entre "buenos y malos" es simplemente un profundo error intelectual, la suma de todo sesgo y prejuicio. No somos esencialmente malos como entes demoniacos, más bien miopes y torpes. Nuestros enemigos, como nosotros, también están condenados al anhelo del bien. Ahora, si las cosas son así, entonces debemos levantar la bandera de una diplomacia radical. Cruzar fronteras de todo orden para defender los propios intereses pero cuidando el tono para llegar a acuerdos y pactos de no agresión. Un diálogo intelectual en el sentido prístino de los términos, como dos científicos desinteresados en mezquindades del mundo, sólo concentrados en la verdad.