Conversaciones espurias
Ayer por la noche partí a la caverna de Heráclito. Yo invité a Tellier y más tarde se nos sumó Pärt. Son buenos amigos, entre quienes me siento cómodo. Cierta severidad, cierta humildad, cierta renuncia, pero sobre todo cierto asombro. Les comenté del “Expediente de Sócrates” y de las palabras de Gómez Lasa recordando a algunos de sus alumnos del Pedagógico, aquellos “[…] que han continuado manteniendo viva la insobornable actitud del pensamiento sin fronteras, por encima de las amenazas, delaciones y conveniencias de la espinosa y engañosa contingencia”. Todos concordamos que en Heráclito hacía eco eso del “pensamiento sin fronteras”, él nos ha dicho muchas veces que mirando el alma humana no encontraremos límites. Luego reflexionamos, otra vez a partir de lo que nos había dicho Heráclito otras tantas veces, sobre la “espinosa” y ante todo “engañosa contingencia”. Cada uno a su modo señaló que la pauta noticiosa del día a día era francamente tediosa, no por nada estábamos ahí reunidos junto al “Oscuro”.
Tellier matizó señalando lo doméstico y, si bien es cierto que finalmente en el más mínimo gesto de la realidad también habita el Ser, no dejamos de reír pensando que contra la urgencia vana del falso poder tal vez el diario sería bueno sólo para envolver pescados.
Haráclito dijo: - ¡Y esos pescados vendrán del rio y los asaremos al fuego! Todo fluye y lo que queda es el fluir mismo-.
Mientras Arvo abría una botella nos recordó a modo de antídoto que la fugacidad del tiempo la combate la creación que lo modifica, la poiesis, como decía Tarkovsky, de “esculpir el tiempo”.
Tellier hizo un gesto y alegó amablemente de que ya estaba bueno de metafísica, que mejor hablásemos con los muertos. Cada quien tomó posición y nos quedamos mirando el silencio de la noche mientras escuchábamos el parto de púlsares y supernovas.