"El Estilo de Mis Matemáticas" Redolés Dixit.



"...[P]rimarily looking into certain sounds, certain scales...not that I’m sure what I’m looking for, except that it’ll be something that hasn’t been played before"


La Vacas  Sagradas de la Academia Tradicional de la Objetividad observan con ojo inquisidor la falta de método, de  análisis concienzudo, técnica y disciplina. La forma en que las cosas deben ser hechas, el estándar que será aceptado. Yo mismo formo parte de ese gris grupo de jueces; como profesor y, ante todo, como autocrítico flagelante.  

La paradoja se da en que la autoexigencia no es realmente tan "auto" exigencia como se cree. Son fuentes exógenas más bien, una exigencia heredada, búsquedas de aprobación de un super yo que recuerda el deber ser. La creación, sin embargo, debe desterrar esas imposiciones importadas. Para Jean Guitton la cosa va así:  "El talento está por encima de las reglas y se revela liberándose de ellas", y un par de páginas más adelante agrega: "En todo hay que renunciar a las reglas si se quiere llegar a lo sustancioso de su arte. Pero este apartamiento implica que se las posee, puesto que se las supera". 

El creador, siguiendo a Guitton, vendría de vuelta, conocería los caminos recorridos sobre los hombros de los gigantes y desde su atalaya privilegiada ahora emprendería su propia senda en su estilo original. 

Otra arista la ofrece Violeta Parra:

“Tal vez les diría a los jóvenes creadores que escriban como quieran, que usen los ritmos que les salgan, que prueben instrumentos diversos, que se sienten en el piano y destruyan la métrica, que griten en vez de cantar, que soplen la guitarra y que tañen la trompeta, que odien la matemática y que amen los remolinos. La creación es un pájaro sin plan de vuelo que jamás volará en línea recta”.

Aquí se habla de la exploración intuitiva, desde el asombro infantil en el juego. ¿Cuál es la delgada línea que transforma esa experimentación libre en ciencia?  

Me inclino a la sombra de la  Parra. Las partituras y la teoría musical, por ejemplo, me aburren rápidamente. He intentado saborearla pero irremediablemente vuelvo una y otra vez a jugar directamente con los instrumentos, a volar sin plan de vuelo. Ahora bien, eso de odiar la matemáticas, no. Con Platón, creo que el bosque de Academos requiere, si no experticia, al menos venerable respeto a los números. Por supuesto, la invitación al bosque es sólo eso, no una imposición. 

El "odio a las matemáticas" de Parra me recuerda al Zorro y las Uvas de Esopo. Saltaba y saltaba el pobre animal intentando alcanzar la fruta. Ya rendido, después de mucho esfuerzo, se va  alegando que las uvas estaban verdes. Si la formalidad de la exigencia matemática que tiñe el arte no nos es dada, me parece que echarle la culpa al empedrado o menospreciarlo con nuestro odio no es el camino. Amén de los niños que han sacrificado su tiempo con sudor y lágrimas para alcanzar el virtuosismo del más alto nivel. El apego a una tradición exigente sobre la cuál dejarán asomar algunos sutiles elementos personales en la interpretación, su sello. 

Fuera de la tradiciones ya formadas, el propio explorador, por medio de la experimentación constante sobre la página en blanco o el piano en silencio, produce inevitablemente una matemática original. Aparece un estilo, un método, un ensayo y error, una "tradición" en su estadio unicelular. No juega el juego de otros, crea su propio juego. Guitton dice sobre el "libro más bello", que es aquel que "no está oscurecido por ningún deseo de gustar, el que tiene el valor de testamento". No responde a lo que se espera de él, no satisface a un canon  ni encaja pues crea sus propias reglas. Si el juego se vuelve constante, si hay persistencia en la búsqueda, entonces irremediablemente aparece la ciencia. 


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