Advertencia

 



Escribir y publicar rompe la sacralidad del silencio con pedantería. Pretender que otro preste atención a mis ideas me provoca una vergüenza al límite del asco. Dejarlas pétreas en las páginas como si tuviesen algún mérito. Nada de eso, mis textos que se quemen. Por lo demás, todo texto desaparecerá eventualmente, al menos mientras este mundo y no otro los contenga. A otro perro con ese hueso de la eternidad literaria. A mí no vale la pena leerme. No sé muy bien qué es lo que escribo. Padezco de una duda paralizante, un escepticismo que embota y embrutece.  Mis ideas son contradictorias, otras frívolas, las tengo también falsas y otras tan profundas, metafísicas y grandilocuentes que no he encontrado a quien no termine aburriendo. Yo mismo no logro sostenerlas más allá de los impulsos iniciales del entusiasmo de la novedad. No hay un sistema de pensamiento, hay un mamotreto de recortes eclécticos y variopintos. Un collage como viñetas de una tira cómica.

No se trata de una confesión como un acto lastimero, sino de objetiva realidad: soy ignorante y de pocas luces, no me considero talentoso en ningún oficio.  Sí reconozco dos habilidades: hablar de corrido e improvisar en la cocina. La primera me ha permitido, paradójicamente, ser profesor. No sé bien cómo se ha tolerado que lo sea, pues me creo incapaz de ensañar algo a otros, más bien me considero un vende humo, un charlatán profesional. La segunda, me ha dado la satisfacción no menor de compartir con amor entre familia y amigos.

Sin embargo, a pesar de todo lo dicho, siento una urgencia por escribir. Pero, como soy además cobarde, no me animo a exponerme al escrutinio público. Soy frágil, temeroso, altamente influenciable, poca autoestima, altamente inseguro. 

Entonces he tomado una determinación, he decido mentir, robar textos e ideas ajenas de todas partes. Para pasar desapercibido daré algunas referencias, escamotándome entre líneas, pero cuando parezca que soy yo el que está diciendo algo sépase que no soy yo, que me mantengo privado, oculto e inaccesible, retrotraído en una soledad insondable. Pudoroso y tímido detrás de las faldas de otros autores, camuflado en ideas prestadas. Lo que sigue no es muy distinto de mis dotes culinarias, refritos y remezclas de lo que se pille en la biblioteca como si se tratara de restos de otras comidas que quedaron en el refrigerador, comidas que no estaban destinadas a servirse en el mismo plato.

No temo a que se me juzgue pues nada de lo que sigue es de mi autoría, yo ya no escribo estas líneas. Las opiniones vertidas en estas hojas son de exclusiva responsabilidad de los autores que las emiten. Yo me limito a recopilarlas y poner unos conectores entre ellas. Acúseme de ladrón y mentiroso, no de político o poeta. 

 

Dejo estas migas de pan para volver a casa.

Arrojo esta botella al mar. 

Tú que lees esto no estás solo.

Entradas populares de este blog

¿Por qué no hay que escribir?

¿La casa de los buenos?

Dime qué escuchas y te diré quién eres